Rating: qué es y cómo funciona

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Con la palabra rating ocurre algo parecido al término “prima de riesgo”. Palabras que, hace unos años, no estaban en nuestro vocabulario y que, sin embargo, se han convertido en parte del día a día en noticias económicas. Es por eso que hoy vamos a explicaros qué es el rating, para qué sirven los ratings y cómo pueden ayudarnos a entender, tanto a nivel empresarial como cotidiano, la salud de una empresa o mercado.

¿Qué es el rating?

El rating o también conocido como rating financiero, es una nota calificativa que realizan las agencias en relación a la solvencia financiera de ciertas instituciones o economías. Si una empresa o país recibe una mala valoración, afectará a su credibilidad y acuerdos empresariales, debido a que se dará a conocer su riesgo de insolvencia. Esto genera dudas sobre las opciones reales de esa entidad o institución a la hora de pagar sus deudas, lo que puede alejar a los inversores.

¿Para qué sirve el rating?

Visto lo anterior, podríamos decir que el rating es una forma de clasificar la solvencia de empresas y/o economías y de este modo tener una visión aproximada de las mismas.

Las agencias de rating

Los ratings pueden ser emitidos sobre una empresa, país o institución pública, emisiones de deudas, estructurados o fondos. Pero, ¿quién se encarga de poner estas notas en forma de ratings? Son agencias de ratings las que se encargan de ello. Agencias especializadas y, supuestamente, independientes que se encargan de analizar la capacidad económica de alguna de las organizaciones o economías anteriormente mencionadas.

En el caso de las empresas, las agencias de rating analizan sus estados contables, mientras que para los países ponen en el punto de mira su coyuntura económica. Las agencias de rating también analizan las emisiones de deudas, la solvencia económica, la vulnerabilidad ante los riesgos externos que puedan afectar a sus ingresos o activos, y la calidad de sus directivos para hacer frente a estos riesgos.

Las calificaciones de las agencias de rating

En general existen dos grupos de valoraciones en función de la solvencia económica. Por un lado tenemos el ‘investment grade’ que es donde permanecen las empresas o países con alto grado de solvencia, y el ‘non investment grade’ para aquellos con baja capacidad económica.

Más abajo todavía se encuentra el grupo ‘bono basura’ que es donde se encuentran las instituciones con riesgo de entrar en quiebra. No obstante, estas valoraciones no son permanentes, ya que las agencias de rating están constantemente analizando los cambios que pueden sufrir las empresas o países.

Eso sí, los cambios de una valoración a otra no se suelen producir de forma brusca, sino que son resultado de un proceso paulatino y perceptible a lo largo del tiempo. Para realizar estas valoraciones, las agencias de ratings analizan la industria o mercado en el que opera una compañía, el análisis de los riesgos económicos que puede sufrir cada institución y el estudio de cuál es el país donde está implantada la sede de una empresa.

En cuanto a la forma de calificar la solvencia económica de una empresa, país o banco se utilizan letras, números y/o signos basándose en una referencia a largo plazo. El grado máximo es la triple A. Conforme cae la valoración se van sustituyendo las letras por números o signos. Por ejemplo: de AAA puede pasar a AA+ o a AA1. A partir de ahí, si un rating es más bajo, irá cambiando la A por la B y así sucesivamente.

Los ratings y su enorme influencia

El rating de solvencia sirve a los inversores o clientes para valorar la solvencia económica de las empresas, bancos o países. En función de la información obtenida, a partir de las valoraciones de las agencias de ratings, el inversor decide si apuesta o no por una empresa o país. Una buena valoración en el rating hará que las posibilidades de contar con socios aumenten.

Sin embargo, cuando se produce una rebaja en la calificación, se pierde confianza de los inversores, debido a la supuesta incapacidad de pagar las deudas. Esta desconfianza supone un incremento de los costes financieros, lo que se traduce en un aumento de la rentabilidad exigida en el mercado para colocar una emisión de deuda, así como en el interés a pagar por las empresas o países en la solicitud de un crédito.

Si traducimos este razonamiento al ‘cristiano’ significa que una mala calificación puede suponer que un país emita su deuda más cara, lo que a su vez implica que los ciudadanos tendrán que asumir el coste de esa pérdida de rentabilidad, en el caso de que estemos hablando de los ratings aportados para un país. Por lo tanto, y aunque no nos guste, lo cierto es que nuestro bienestar depende en gran medida de cómo califiquen las principales agencias de ratings a España, en nuestro caso.

 

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